martes, mayo 15, 2007

Eleccion francesa, según Ramonet

Editorial de Ignacio Ramonet sobre la segunda vuelta de las elecciones en
Francia

Reconstruir

por Ignacio Ramonet*

La victoria de Nicolas Sarkozy, el 6 de mayo de 2007, en la segunda vuelta
de las elecciones presidenciales, con el 53% de los votos, marca un viraje
decisivo en la historia de la V República francesa. Porque no se trata de
la simple reconducción de la derecha al poder – que ocupó al más alto
nivel desde 1958 hasta 1981 y nuevamente desde 1995 –, sino de un cambio
de gran envergadura.

El programa del candidato de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) y
las fuerzas que optó por congregar a su alrededor marcan una inflexión
mayor: reflejan al primer Presidente francés a la vez neoliberal,
autoritario, proestadounidense y proisraelí.

La confusión sistemática de una campaña signada por referencias
eclécticas, desde Juana de Arco a Léon Blum, no alcanza para disimular el
muy marcado perfil político de Sarkozy. Si bien apela a un voluntarismo
gracias al cual el Estado podría "proteger" a Francia y a los franceses,
su programa económico y social se nutre de las viejas recetas
thactcheristas y privilegia... a los privilegiados. En el mismo sentido,
sus pujos republicanos no alcanzaron a borrar su visión esencialmente
securitaria de la sociedad, en la que simplemente responde con la
represión a las revindicaciones de las categorías populares y la juventud.
En una prolongación lógica de esta manera de pensar, sus opiniones sobre
los orígenes genéticos de la pedofilia y del suicidio son claramente
ilustrativas sobre la eugenesia rampante que lo inspira. Finalmente, a
pesar de los esfuerzos que hizo por atenuar el efecto de la bendición
solicitada al presidente George W. Bush, no renegó de su voluntad de
acercamiento a la política estadounidense, incluso en Medio Oriente, por
no hablar del entierro del referéndum del 29 de mayo de 2005 sobre el
Tratado Constitucional de la Unión Europea (1), anunciado mediante un
procedimiento parlamentario...

El programa de Sarkozy es importante; la "clientela" que se lo compró no
lo es menos. Desde este punto de vista, las grandes maniobras del período
que separó a ambas vueltas electorales, destinadas a recuperar el
electorado
centrista de François Bayrou no borran de la memoria los meses de
incitación al electorado de extrema derecha de Jean-Marie Le Pen. Con la
excusa de "reconvertir" a la democracia a las tropas de este último, el
candidato de la derecha hizo suyas las tesis de la extrema derecha: desde
la propuesta de crear un ministerio de la Inmigración y de la Identidad
nacional a la recuperación de la consigna "Francia, o se la ama, o se la
deja"; desde la caza a los indocumentados incluso en las puertas de las
escuelas, a la abolición de la disposición de 1945 que protege a los
menores; de la pseudo
defensa de aquellos que "se levantan temprano" contra los "que se
aprovechan" y los "asistidos"... Ninguno de sus predecesores había llegado
tan lejos para hacerse elegir: conviene medir correctamente la situación
antes de celebrar el retroceso electoral del Frente Nacional de Le Pen...

Pero los esfuerzos de Sarkozy y los apoyos mediáticos masivos de los que
se benefició no explican, por sí solos, su éxito. No más que los efectos
perversos, verificados una vez más, de la elección presidencial por medio
del sufragio universal: personalización, demagogia, voto útil... Pesó
sobre todo la ausencia, frente a la derecha y la extrema derecha, de una
auténtica alternativa política. Nunca desde 1969 había sido tan bajo el
total de los votos de la izquierda en la primera vuelta (36,44%). ¡Y con
razón! El Partido Socialista se dejó imponer por las encuestas una
candidata, Ségolène Royal, que por cierto logró borrar el traumatismo de
2002, pero sin ofrecer a las fuerzas populares una perspectiva
movilizadora. Aun más cuando a su lado, el Partido Comunista, la extrema
izquierda y los ecologistas no se unieron para prolongar tanto las grandes
movilizaciones sociales por la defensa de la seguridad social como de las
jubilaciones; el envión del "No" en el referéndum del 29 de mayo de 2005 y
la cólera de los suburbios. Más allá de las peleas de aparato y de
personas, el centro de la cuestión es en primer lugar la incapacidad de
pensar una política anticapitalista a la escala de Francia y de Europa.

Es sobre el terreno que hay que empezar a reconstruir, y sin demora.
Porque si ganan las elecciones legislativas de junio próximo, la derecha y
la extrema derecha en el poder intentarán hacer pasar por la fuerza su
política de destrucción social: contrato de trabajo único a imitación del
CNE; incremento del tiempo de trabajo; obligación de actividad a cambio de
las protecciones sociales mínimas; limitación del derecho de huelga;
rotura del Código del Trabajo; supresión de los derechos de sucesión y,
por medio del "escudo fiscal", supresión del impuesto a las grandes
fortunas; mayor desmantelamiento de los servicios públicos, de la
protección social y de las jubilaciones; disminución progresiva del
presupuesto de salud; no reemplazo de uno de cada dos funcionarios que se
jubilen; liquidación del mapa escolar; nuevos cuestionamientos sobre las
jubilaciones; caza a los inmigrantes, con el agregado de un llamado a la
mano de obra "elegida" del Sur; relanzamiento de la Europa liberal y apoyo
a la política estadounidense... La izquierda va a necesitar de todas sus
fuerzas para resistir esta ofensiva sin precedentes, pero también para
recuperar una perspectiva de cambio.

Le Monde diplomatique no es el órgano de un partido ni de una asociación.
No es un periódico militante. Pero se compromete con valores que defiende
desde hace décadas. Y es así, a su manera, que pretende contribuir a una
arquitectura intelectual alternativa: esforzándose por hacer conocer mejor
las realidades geopolíticas del mundo contemporáneo, informando sobre las
experiencias sociales y políticas que se desarrollan, tomando su lugar en
los debates de ideas en curso. Para reconstruir.

I.R.

Nota 1: el 29 de mayo de 2005 una mayoría de
franceses votó contra la aprobación del Tratado Constitucional europeo.

*Director de Le Monde diplomatique, París.

Traducción: Pablo Stancanelli